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Para Iki
Un viejo cuentacuentos que oí en una taberna contaba la siguiente historia en noches de tormenta, sobre un tiempo de hermosas mujeres misteriosas y criaturas malditas que se unían a ellas:
Paseaba por los cementerios
Oyendo la canción de los muertos
Sus pies descalzos pisaban la hierba
Del vetusto camposanto medieval
Las cruces proyectaban
Su sombra con la luna
Marfil sobre bronce
Era su luz contra su piel
Súbita, una sombra
Se instaló justo detrás
Ella intuyó algo, y se giro
Pero negra la oscuridad la envolvió
Despertó casi desnuda sobre una lápida
Y su piel se erizó con su frescor
Bello era su cuerpo, y su alma
La brisa nocturna sobre las dos
Su cuerpo tembló, un roce sintió
Su cuello rozado por manos oscuras
Que ella no vio
Humedad en sus pechos
Bajó desde allí
Su abdomen caliente
Con placer se arqueó
Suave, más abajo
Una lengua sintió
Adentro, en círculos
Su flor recorrió
Lento primero, después se aceleró
Y profundo sintió
Que él la penetro
Se hizo corpóreo,
Moreno vampiro,
Que riendo sus dientes enseño
Iki que en lengua antigua fue
“La que anda por cementerios”, no se resistió
El mordisco en su cuello
Con el orgasmo coincidió
Dos sombras recorren
El cementerio sombrío
Iki y el vampiro
De la mano van
Y por ti quizás vendrán
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